Actualmente se trata de un Hotel y arrebata su nombre de un poema de Juan
Ramón Jiménez
-Olvidos de Granada- y bebe la esencia que el nobel aspiró con
todas sus fuerzas en su viaje a Granada, donde contó con Falla y Lorca como
anfitriones. Los jardines del Generalife, el paseo de los Tristes, la Alhambra,
son algunos de los testigos mudos del paso de viajeros por el hotelito, allí
justo donde el río Darro dibuja su parábola a su paso por Plaza Nueva, para regar
la historia y mantenerla siempre a flote.
La magia descubierta por el poeta cimienta el hospedaje en
un edificio del siglo XVI creado sobre los restos de una casa morisca, entorno a un patio y homenajea las claves andalusíes desde el zaguán
-previsto para recepción, sala de estar y cafetería-, el aljibe nazarí -actual
comedor-, el salón biblioteca y el patio columnado, en cuyo
estanque de piedra se esconde el Ladrón de Agua, eterna fuente arrulladora.
Y, por supuesto, las habitaciones se empapan de sus vistas a
la Alhambra y no pueden más que ser piezas evocadoras del recogimiento árabe:
paredes encaladas, alfombras orientales, mucha madera y artesonado. Melisendra,
La luna asoma, Corazón nuevo, La jitana prendida del sol,... Parte del
sugerente muestrario de estancias distribuidas a lo largo de las dos plantas y
el torreón, reservado para una mirada aún más panorámica.
«Convencido cada noche por la antigua medialuna granadí de
que es un ladrón, el ladrón de agua retumba, cae, zumba, se yergue, se tumba…»
Palabras de Juan Ramón, prendado del hechizo que aún perdura fuera y dentro de
estos muros.
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